En lo deportivo sólo diré que a nadie debe sorprenderle que un señor de 58 años, por muy grande que haya sido, esté tan lejos de ser competitivo. Bueno, algunos mantienen que al menos se le vio mejor que en su última pelea de verdad; hace casi 20 años contra Kevin McBride. Puede que tampoco ayude que lleve décadas como consumidor habitual de marihuana, algo normal en un repetidor universitario pero muy poco recomendable para el deporte de élite.
Llegó el día, todo espectacular. España. Mucha gente no durmió, otros pusieron el despertador. Unos quedaron con amigos para rememorar antiguas batallas. Otros, los más prácticos, lo vieron en diferido según fueron despertándose y los más prudentes, que los hubo, se lo ahorraron tras leer en la prensa patria que había sido algo bochornoso (¿se habían creído de verdad que iban a ver un espectáculo deportivo de primer nivel?).
Pero, sí, el éxito comercial fue tremendo. En resumen, se habla de una audiencia de 60 millones de espectadores (sólo en directo). El estadio registró una entrada que rondó los 70.000 espectadores y, sólo de taquilla, se facturaron casi 18 millones de dólares. Una auténtica barbaridad.
¿Lo peor? Para mí, sin duda, escuchar a Tyson después del simulacro. Contó que su vida había corrido peligro, algo que se sospechaba y que sirve para que sus incondicionales den valor a lo que se vio en el ring. Pero lo que de verdad me molesta fue leer que Mike dice que lo mismo pelea ahora contra el otro Paul, Logan. ¿En serio? Si el cheque es bueno y todavía hay gente aplaudiendo… Netflix tiene entre manos una segunda temporada.
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